"Esforzarse es vergonzoso".

Me he encontrado con esta máxima en más de 5 o 6 ocasiones en el último medio año. El poeta norteamericano Ocean Vuong lo señalaba al final de una interesante entrevista con ABC News, al hilo de su último libro: “Hay una especie de cultura de la vigilancia en las redes sociales, y ellos (los jóvenes) suelen decir: ‘Quiero ser poeta’, pero da un poco de cringe, ¿verdad? Esta cringe culture del ‘no quiero que me vean como alguien que se esfuerza mucho por alcanzar sus sueños’”. Un momento después, comenta que sus alumnos "están deseosos de esfuerzos sinceros, pero que cuando la sinceridad está en la habitación, les acaba incomodando".

Puedo decir que este ensayo nace de ese testimonio, explicado con gran sensibilidad, y que muestra una dicotomía fascinante del mundo creativo actual. Porque esto no le ocurre únicamente a los alumnos Gen-Z de Vuong: afecta a ilustradores, a músicos, a escritores, a performers, influencers. Pero también a quienes hacen memes, gestionan su imagen o simplemente tienen ideas. Es un miedo transversal y, al mismo tiempo, profundamente generacional. El sistema no dice explícitamente "no hagas", te dice: "haz, pero que no se note que lo deseas".

Como si solo se pudiera (o fuera mejor) actuar desde la ironía, el descreimiento, la desafección y el cinismo: desde el "yo ya he pasado por todo". Como si ser un creativo "sincero" fuera algo ofensivo o degradante. "Ahora tiene que parecer que naces enseñado". Al otro lado de ese sentimiento genuino, hay un juicio estético y moral que cae sobre quienes se atreven a expresar sus deseos aspiracionales.

Este juicio al que nos referimos adopta la forma del cringe, o la "vergüenza ajena", en nuestro idioma. Un concepto que en la actualidad ya no describe tanto lo vergonzoso en sí, sino más bien lo que otros podrían considerar vergonzoso antes incluso de que ocurra. Una extraña condición de "rechazo" predeterminado. Un claro reflejo social basado en la vigilancia mutua, en el profundo miedo a la mirada ajena, al enjuiciamiento.

Pero lo interesante viene ahora. Ese "deseo contenido" convive con una presión casi opuesta: la necesidad constante de justificar tu existencia mediante la productividad. Hay que hacer cosas, mostrarlas, monetizarlas, iterarlas. Si tienes realmente algo que decir, es irrelevante aquí. El sistema premia a los que producen sin descanso. Lo que llaman "hustle culture" o "cultura del esfuerzo" es capaz de convertir cualquiera de esas pasiones en una forma de servidumbre voluntaria. De eso va la "creator economy", como ya sabréis si me leéis habitualmente.

Entonces, espera: si deseas algo con demasiada sinceridad, das cringe. Si no produces nada, vas a desaparecer. Si haces o dices algo inadecuado, pueden cancelarte. Si lo estás haciendo bien, seguramente te están explotando. El resultado es una generación creativa atrapada entre dos polos. Allí donde el miedo a ser leído como ingenuo es tan fuerte como el miedo a no ser leído en absoluto. Aquello a lo que se nos incita constantemente desde plataformas, redes sociales y marcas, ese "exprésate, sé tú mismo” es una absoluta operación de riesgo. ¿Ridículo o burnout? El problema es que no lo estáis eligiendo vosotros.

Entre la vergüenza por esforzarse al esfuerzo como dogma...

Cringe como un nuevo (auto)censor cultural...

"I HATE how the internet has made young ppl think being sincerely proud of yourself is cringe" comentaba en unas notas recientes Peretsky. Al hilo de su último álbum, Tyler The Creator revelaba que "había preguntado a algunos amigos por qué no bailaban en público y algunos dijeron que por el miedo a ser filmados". El rapero y productor se ha referido indirectamente al cringe en varias apariciones públicas, dando a entender que los artistas emergentes no debían dejar de dar la lata con su trabajo por bloqueos de este tipo.