Hace tan sólo unos meses, así comenzaba mi primer artículo en esta "sección": "No importa si es real, porque funciona. Esta máxima se la van a tener que grabar a fuego tanto artistas como oyentes en los próximos años". Podremos quejarnos, maldecir, reclamar o rabiar sobre obras musicales creadas por IA generativa, pero tenemos que tener en cuenta que hemos sido nosotros los que hemos inundado Internet con contenido diseñado no para durar, contenido que sólo ocupa espacio.

Podemos afirmar que vivimos inmersos en una "SLOPificación cultural" que avanza apenas sin resistencia. Se trata de un fenómeno que responde a una lógica muy distinta a la de la creación tradicional: la intención estético o política quedó atrás y ahora se trata de generar masa crítica y ruido optimizado para algoritmos y plataformas. La pregunta ya no es si la IA puede producir buenas canciones, sino qué ocurre cuando esas producciones se insertan los circuitos/flujos que dan forma a nuestra "cultura".

Lo que llamamos SLOP no es un estilo ni un género. Es una inteligencia en sí misma y una condición: la del residuo (sintético) que desplaza a lo auténtico; el contenido vacío que ocupa espacio y desplaza a lo significativo (si es que la producción humana de los últimos 15 años puede considerarse como algo... "significativo" XD). Como siempre señalo, estamos ante una capa de contaminación simbólica y transversal que va a poner a prueba nuestras nociones de "autenticidad" y probablemente reescriba lo que significa la producción cultural en los próximos años.

En este sentido, la industria musical está siendo uno de los mejores continentes posibles para observar sintomatología y elaborar diagnósticos. De eso va esta sección, precisamente.

"Tus fans te avisan de que les encantó un nuevo álbum que no sabes ni que existe…"

La cantante Folk británica Emily Portman descubrió hace unas semanas que un supuesto nuevo disco suyo, titulado 'Orca', circulaba en Spotify y otras plataformas digitales. El álbum había sido generado íntegramente con IA, con canciones que imitaban su estilo, títulos sospechosamente precisos y una voz entrenada para sonar como la suya. Portman describió aquel simulacro que no sólo usurpaba su nombre, sino también su firma estética, como "realmente inquietante". Para agravar la situación, unas semanas después apareció un segundo disco en su perfil oficial, esta vez una serie de 20 instrumentales genéricos que ella misma denominó como "AI SLOP".

El problema no fue solo la existencia del material fake, sino el lento proceso de eliminación. Mientras algunas plataformas respondieron con rapidez, Spotify tardó tres semanas en retirar 'Orca', y aun así Portman aseguraba no haber recuperado el control total sobre su perfil de artista. La explicación oficial fue que el disco "se había subido por error al perfil de otro artista con el mismo nombre", una justificación que ella cuestiona duramente porque el material estaba claramente diseñado para hacerse pasar por suyo.

Esta lentitud y ambigüedad expone la fragilidad del sistema de gestión de derechos en la era del streaming: los músicos deben asumir la carga de demostrar que algo es falso, en lugar de que las plataformas prevengan el fraude desde el origen. ¿El resultado? un ecosistema paranoico en el que la vigilancia recae sobre los propios artistas, que además carecen de recursos legales claros para enfrentar estas prácticas.