Hace unas semanas, al entrar en contacto con una publicación de mi buen amigo Christian García Bello, algo se disparó en mi cabeza. Aquel post decía: "Una de las primeras cosas que hice al mudarme al nuevo taller de Barcelona fue desempaquetar y colocar mi colección de tesoritos". Y concluía: "Me gusta tener todos estos objetos a la vista, conviviendo con las piezas y los procesos, porque me siguen dando muchas pistas. Pero creo que también hablan sobre mí mejor que cualquier texto y que cualquier carta que pueda escribir".

La idea gravitaba en mi cabeza desde hacía tiempo, pero todavía no había recibido el trigger adecuado para activarla. En esta plataforma, que ya va camino del año online, siento la urgencia de abastecer con contenido que no sea únicamente analítico o especulativo. Aunque muchos de mis artículos pueden usarse de muchas maneras (para artistas musicales, para filósofos, para lectores curiosos o simples melómanos, etc), también tengo el deseo que las piezas sirvan como un manual de "nueva divulgación". O la divulgación del ahora, la que ocurre en un mundo repleto de información y cada vez menos contexto y sensibilidad crítica.

Quiero que no sólo de mi práctica se puedan extraer códigos, sino también explicitarlos. Estoy preparando varios documentos en esa línea, desde una "guía para el pensamiento crítico bajo presión", hasta un POV con ChatGPT o lo que creo que ocurrirá en el panorama de los nuevos medios y la crítica en los próximos 15 años. Pero... pensándolo un poco mejor, me dije a mí mismo que lo más adecuado era empezar por lo más esencial. Por el suelo. (Me quedaría más poético si dijera "los cimientos"). Ni siquiera por mi proceso de trabajo, que también expondré próximamente.

Lo más nuclear es el lugar, allí donde todo sucede; el entorno donde se pasan horas y horas pensando, días procrastinando, escribiendo y estrangulándote en hilos de comentarios sin fin jaja. Para mi, el lugar va incluso antes que las herramientas. (Sabido es el idilio/dependencia de muchos comunicadores con sus artilugios). De repente, mientras imaginaba esta pieza en mi cabeza, me di cuenta que no hay mejor forma de que mis lectores me conozcan que accediendo a mi pequeño relicario, al escaparate que me acompaña a diario.

Son objetos, libros, elementos, recuerdos, amuletos y mitología elegida por mi durante muchos años y que persiste a mi lado cuando decido irme a descansar y sigue ahí cada día cuando me levanto. Me miran fijamente pero ya se te olvida que eso ocurre. Si la constante de nuestras vidas es la inestabilidad, puedo decir que estas pequeñas cosas son mi parte más estable. En ellas hay de todo y en todas sus polaridades: amor y odio, hay decepción y admiración, existen promesas y nostalgia. Libros que he leído y releído y otros que me da apuro tocar no se vayan a incomodar.

Manifiesto del Ultrarracionalismo, de Homo Velánime.

En los apéndices de este manifiesto publicado por primera vez en 2014, se puede leer: "El arte: o es provocador o es basura. Sólo el Ultrarracionalismo es doblemente arte, pues sólo él sobresale en ambos aspectos". Y sigue: "El Homo velamine nos rodea. Nos enseña en la escuela, debate en la asamblea, nos habla por la tele, escribe manifiestos en cuartillas para paliar sus carencias infantiles. ¡Cuidado, tal vez sea usted uno de ellos!"

Soy ciego defensor de todo lo que lanza el colectivo Homo Velánime y firmó en sus mejores años Anónimo García: "El Ultrarracionalismo es un movimiento literario-pictórico que usa la lógica para explorar los límites de la realidad y extraer conclusiones que puedan resultar útiles para el avance de la sociedad, las artes o la investigación antropológica". Se puede descargar aquí.