Ya lleva más de una década entre nosotros. La fecha es relativa; yo, al menos, tengo la sensación de que Yung Beef apareció por primera vez mucho antes. Antes de que todo fueran ruinas. Ni siquiera puedo decir si por aquel entonces ya había entregado su alma al diablo. Lo que todos sentimos es que en este tiempo hemos conocido cómo se muestra su infierno. Esa idea, la de infierno, puede abarcar muchas dimensiones: puede ser un estado mental, físico, metafórico o como pasa con el artista granadino, un espejo de una época que ha perdido la capacidad de sostener lo impuro.

Hoy, dice que ya apenas consume y está sobrio. Eso no quiere decir que su figura haya dejado de ser irreductible: si os fijáis resiste hasta su propia consagración. No sabes muy bien si está muerto por dentro y hay algo que lo mantiene activo, si ha hecho un pacto con Satanás o si es un nuevo tipo de demonio simbólico capaz de hacer lo que hace sin ir drogado.

Lo que a mí me interesa son las figuras que no quieren modularse, aquellas que se cuadran ante el sistema y deciden ser aberrantes o singulares aceptando todas las consecuencias. Sin posturas. Son las figuras artísticas que hoy en día tenemos que promover. Voces que no quieren modularse. Yung Beef no es un pionero del Trap, porque no está interesado en la genealogía del género. Tampoco es un genio torturado porque no negocia con su sufrimiento por un poco de comprensión. Su lugar en la cultural contemporánea no es marginal, no. Es algo tangencial y corrosivo. Un entidad imposible de institucionalizar.

¿Se puede hacer música con alma cuando has vendido la tuya y ésta deambula por los infiernos? Se le podría preguntar a Dante o a Virgilio. O a la leyenda granadina del Mono Careto. Pero también se le puede preguntar a Yung Beef.

Bootleg de Yung Beef al estilo de las clásicas litografías de Gustavo Doré, aquellas que ilustraron obras como la Divina Comedia y el descenso a los infiernos de Dante acompañado de Virgilio...

Así obra "aquel que no se deja domar".

Desde lejos, alguno podría pensar que se trata de una erupción inesperada del sistema. Están lejos, claramente. Yo diría más bien que estamos ante una anomalía sostenida contra él. Yung Beef no puede explicarse desde la lógica. Es una condición disfuncional cultivada con asombrosa precisión.

Nacido como Fernando Gálvez, su paso de Granada a Barcelona (donde compartió infraviviendas, calles, y circuitos de subsistencia con otros miembros de Kefta Boyz) tuvo como símbolo predominante el entorno del MACBA, en el barrio del Raval. Fue allí donde se afiló una sensibilidad que ya no sería domesticable. Desde aquel momento Yung Beef se opuso literal y metafóricamente a lo que busca la industria musical en los productos: la optimización.

Tras el clímax de la "música urbana" y el "Trap" en España, la creación de PXXR GVNG y su experiencia relámpago en Sony Music, llegó la implantación y autogestión de La Vendición. Para entonces, su negativa constante a profesionalizarse bajo las reglas del juego era ya un patrón tangible. Incluso cuando el reconocimiento externo fue inevitable, su parecer no cambió: continuó haciendo música sin mezclar, sin notas de prensa, con las mínimas explicaciones. Otra forma de llamarlo es "doctrina antiproductiva". En palabras suyas: "Yo hago lo que siento, no lo que toca".

En sus propias entrevistas, sugiere a menudo que no sabe si está vivo o muerto, si debe seguir o desaparecer. Esta indecisión existencial es parte del diseño que ha construido para sí. Funciona como forma de (auto)control simbólico: Yung Beef aparece cuando quiere y desaparece cuando se le espera. Muchos reducirían esto a aura, halo, atmósfera de marca... pero más técnico incluso funciona mejor: sino una presencia intermitente y donde la imprevisibilidad manda. Todo aquello que atemoriza a cualquier algoritmo: un elemento que no se puede predecir, ni medir, ni retener.

Frente al sistema que optimiza al artista como emprendedor de sí mismo, Yung Beef elige la no-estructura como ética. Como si la disfunción como posición política fuera un posible modelo alternativo de producción cultural. ¿Es ese caos una forma de preservar también su integridad?

Bootleg de Yung Beef al estilo de las clásicas litografías de Gustavo Doré, aquellas que ilustraron obras como la Divina Comedia y el descenso a los infiernos de Dante acompañado de Virgilio...

'EL PLUGGG 3 OVA 1' o en realidad está hablando desde las ruinas.

Como era de esperar, en su más reciente empaquetado, YB tampoco plantea una narrativa unitaria. Aunque pueda serlo, nada viene como un statement generacional o un concepto transversal (aquello que para otros artistas sería un no negociable). Lo que trae este disco son residuos: cosas que ya pasaron pero no pudieron formularse antes. Por ese motivo, el de dislocar la lógica de la obra principal, YB lo titula usando el término OVA ("Original Video Animation", habitual en el anime japonés, remitiendo a productos derivados, no oficiales, fuera de continuidad, en su mayoría en formato físico): se trata de una zona de ruinas, de descartes, de archivos contaminados, de afectos sin depurar.

Es un disco, hablando en plata, que sólo tiene sentido para los que ya están muy dentro. Daniel Caballero se refiere a él en Mondo Sonoro como parte de una "ambientación del concepto bélico-digital-interplanetario", señalando que "emula las notificaciones que una interfaz digital en el campo de batalla produce: sonidos de carga de proyectil, motores, lanzamientos, radares, avisos de peligro…". Y nada de todo eso ha sido corregido para ser digerible. Más bien se ha intensificado.