En resumen: Spotify sigue creciendo como si nada pudiera afectarlo. En un comentario de un usuario a una de mis recientes publicaciones sobre el asunto, se explica rotundamente bien.

"Algo trágico pero muy fascinante de la mente humana es que la gente tiene una facilidad enorme para racionalizar problemas o simplemente minimizarlos. Por eso, una vez que algo se asienta en la sociedad como fenómeno cultural es muy difícil que se vaya. Las personas preferimos la comodidad sobre la justicia y la equidad; por eso buscamos narrativas mentales que permitan seguir participando en estos sistemas".

Ni los boicots impulsados por la relación de su CEO con las inversiones en la industria militar, ni los escándalos sobre fake artists que inundan las listas de reproducción, ni las quejas (y/o abandonos) de músicos que apenas ven migajas en regalías. Lo que en otra industria condenaría la reputación de una plataforma tecnológica (o, al menos, desharía parte de su influencia), en Spotify parece reforzar su condición de "infraestructura imprescindible".

Lo he denominado de tantas maneras que ya se me acaban los recursos, pero tengo una más: así a ojo, casi el 65% de las reproducciones musicales globales suceden en Spotify, por tanto es la "nación musical" más grande del mundo conocido. Y precisamente es esa envergadura la que nos dice que ya no depende de la industria musical sino de que algo haga tambalear su posición nuclear en la economía de la atención.

¿Hay algún margen de daño posible? No es la primera vez que me hago esta pregunta. Y no será la última. Porque Spotify ya parece algo similar a la maldita electricidad: invisible hasta que falla, pero omnipresente en la vida cotidiana de millones de personas. Como un grifo de agua corriente que nadie se plantea cerrar aunque deteste a la compañía que lo gestiona. De ahí que incluso cuando se acumulan motivos para salirse (ética, política, precariedad artística, malas prácticas), en la práctica el efecto de esa resistencia no llegue ni al mínimo.

Nuestra burbuja es mucho más pequeña de lo que creemos. Es lo que intuimos casi todos los que frecuentamos este campo de batalla. Pero, además de eso, la maldición de Spotify tiene otros muchos vectores: la plataforma ofrece comodidad, automatización y la ilusión de elección infinita. El grueso de los usuarios dejan que Spotify decida por ellos y eso significa que Spotify está dentrísimo de sus vidas. Y quien más quien menos conoce el dicho: el hábito se convierte en dependencia, y esa dependencia neutraliza el impacto de cualquier berrinche, individual o colectivo.

"my type of DMs in Spotify" LOL.

A pesar del desalojo, Spotify sigue creciendo…

Spotify no sólo resiste el rechazo (superficial) de gran parte de la industria musical. Encima hay que aguantar que siga creciendo: han alcanzado algún tipo de inmunidad simbólica que para nada afecta a sus planes. Digo esto porque el pasado día 2 de septiembre la plataforma desplegaba las nuevas (previstas, ya anunciadas) subidas de precio para muchos países. Y van dos aumentos en tan sólo dos años.

Recordemos, además, que la plataforma viene de "celebrar resultados récord" en su segundo trimestre (Q2) de 2025: un aumento interanual del 11% en los usuarios activos mensuales (MAU), hasta alcanzar los 696 millones, y del 12% en los suscriptores de pago, hasta los 276 millones. Los ingresos, por su parte, crecieron un 10% interanual, hasta los 4.190 millones de euros (4.860 millones de dólares al tipo de cambio actual).

Otro recordatorio: la empresa ha superado los 600 millones de usuarios y aumenta su cotización tras cada una de esas subidas de precio. Mientras, la mayoría de los músicos recibe ingresos irrisorios que apenas justifican la permanencia en dicha plataforma. El beneficio sigue fluyendo sin parar hacia accionistas y fondos de inversión, pero no hacia quienes sostienen su catálogo.