No soy de Londres. Tampoco comprendo, aunque haya consumido su cultura mucho tiempo y desde diferentes ángulos, cómo funciona el mundo allí hoy. Porque una cosa es consumir y otra muy distinta transitar. Por esa sencilla razón, mi análisis debe construirse desde la percepción del extranjero, la de aquel que intenta intuir cómo este sonido y propuesta regurgitan su realidad y presente local.
Tampoco voy a disimular: llevo esperando este momento un par de años, desde que apareció su primera obra, aquella 'homeless n*gga pop music'. En este tiempo me he encargado de esparcir a los cuatro vientos lo mucho que me convence este joven artista. También he usado ese tiempo para discernir las causas de mi enamoramiento con claridad (porque no es nada fácil, a simple vista). Tanto que puedo incluso explicárselo a un boomer (lo uso sin carácter despectivo, simplemente me gusta el término): a un consumidor musical habitualmente más estancado y con menos visión del presente. Jaja.
Pienso en este artículo como la típica escena en la que coincides con un melómano de más de 50 años e intentas atravesar todo ese pesimismo crónico para hacerle entender por qué este proyecto sí vale la pena tenerlo en cuenta. Si con mi homenaje a Sly Stone intenté hacer entender a las nuevas generaciones cómo ese perfil de artista ya no iba a existir nunca más, ahora con Jim Legxacy y aprovechando la llegada de 'black british music', su esperado debut en XL Recordings, invierto la polaridad y lanzo un modelo de artículo pensado para atrapar a los lectores más maduros.
Bueno, en realidad es una pieza para que todo el mundo que se acerque puede ver más allá de este nuevo iconoclasta de Lewisham que creció escuchando a Mitski mientras vendía droga. Su discurso no puede sintonizar mejor con nuestras grietas como sociedad: es música para la cultura de la dopamina, una experiencia ansiosa y a base de impulsos y disonancias. Un relato que se cuenta y se consume desde la discontinuidad.
Hype legítimo: se trata de una promesa cumplida en tiempo real...
Aunque cueste creerlo, las expectativas aquí no han sido prefabricadas ni moldeadas por campañas o escucha algorítmica. El fenómeno Legxacy nace de la intensidad cultural, de la que todavía queda; de la escucha afectiva y no del empuje institucional. Su caso desmiente la idea de que el ascenso visible siempre es artificial. Es un caso paradigmático del boca a boca. De las pocas excepciones que se han demostrado como un éxito "orgánico".
Jim Legxacy 'stick'
Lo generacional como frecuencia.
Legxacy no representa una generación por revelarlo en entrevistas o por que los signos se transparenten en su actividad en redes sociales. La representa porque capta y dramatiza su estado afectivo: precariedad, duelo, soledad digital, ironía protectora o multitextualidad sentimental. Más que hablar "en nombre de", encarna/somatiza la confusión de una época donde todo parece colapsar pero nadie se consigue detenerse.