Si os soy sincero: llevo más de una década pensando en que nunca más escucharía o presenciaría la llegada de algo como 'Voodoo'.
No porque antes no lo pensara, más bien porque con los años me he ido dando cuenta de la proeza que supuso grabar ese disco y de la inexistencia de propuestas similares en nuestra realidad musical. Más de cuatro años de jam sessions, problemas personales, los mejores músicos del globo encerrados en un estudio, una discográfica que dice basta a tirar el dinero. De hecho, le tengo tanto respeto a ese álbum que jamás he escrito un artículo sobre él.
Obviamente hablo de D'Angelo. Y de su obra magna publicada a comienzos del año 2000, renunciando un poco a lo que propuso en su disco debut y arriesgando su carrera por una simple visión: rechazaba el RnB (o Neo Soul que él mismo se encargó de moldear) limpio, pulcro y sin errores, para buscar algo más orgánico, más real, más auténtico... más imperfecto. En ese título, probablemente uno de los diez mejores del siglo XXI, el concepto de "error" es algo perfectamente calibrado y facturado artesanalmente.
Digamos que he crecido (si se puede crecer a los 30) sin esperar otro 'Voodoo'. De hecho, me afectó más de la cuenta cuando me alcanzaron las noticias del trágico fallecimiento de Angie Stone (ex-mujer del músico); la intuición me dijo que, a pesar de los rumores de que "un nuevo disco de D'Angelo" podría ser posible en 2025, aquello no iba a terminar pasando.
También hace tiempo que dejé de pensar intensamente en Prince. Antes lo hacía muy a menudo. Me formé con sus discos y con las historias alrededor de su producción. Conozco ese tipo de producción al dedillo y también tengo en cuenta la influencia que ha tenido. De hecho, cuando a Jai Paul le ocurrió lo del álbum leakeado, no había manera de no pensar en Prince. Aquellos drums, aquellas canciones rasgadas. Aquellas composiciones que parecían inacabadas pero precisamente por eso, rebosaban una extraña sensualidad.
Toda esta mitología personal e interna ha ido preparándome para recibir a 'Baby', un trabajo que de forma abrupta ha conseguido que retome esta conversación que, de alguna manera, había quedado congelada. Sin singles, sin ruido, ni campañas, ni estrategias. No lo llamaría lanzamiento sino aparición, más bien: el segundo disco de Dijon Duenas, compositor y cantante de origen alemán (aunque residente en Los Angeles), se iba a imponer como un acontecimiento en sí mismo, totalmente al margen del pipeline habitual (fuera de la concepción del álbum como piezas intercambiables o la lógica de las playlists).
Sonar mal, sonar de verdad.
Sólo por proponer algunos ejes que combinan con la misma conversación: Prince grabó 'The Ballad of Dorothy Parker' con una consola defectuosa y convirtió aquel fallo, aquel imprevisto, en parte de su estética. D’Angelo llevó esa lógica al extremo en el mencionado 'Voodoo' (2000), donde el término "sloppy" de los Soulquarians (y sobre todo, J Dilla), fue determinante. Dijon, para mí, hereda esa tradición y la recontextualiza: en una era de creaciones y canciones hiper-pulidas para el flujo algorítmico, optar por el desajuste es una declaración cultural en toda regla.