No importa si es real, porque funciona. Esta máxima se la van a tener que grabar a fuego tanto artistas como oyentes en los próximos años. En la economía del streaming musical, la idea de autoría ya no se considera relevante (o más bien, determinante) para el modelo de negocio. Estos sistemas buscan volumen, flujo ininterrumpido y las menores fricciones posibles. Los artistas son un defecto a extirpar, un problema operativo de alto nivel.

Plataformas como Spotify han favorecido sistemáticamente una lógica de desidentificación: la música no necesita firmarse si es rentable dentro del sistema de recomendaciones. Y lo que buscan estas plataformas es retener el mayor tiempo posible a los oyentes, aprovechándose así de la propensión actual por la escucha pasiva. Una experiencia en segundo plano que favorece un gusto inducido (teledirigido) y no basado en el contexto del propio oyente.

Como hemos podido observar en las últimas semanas, el éxito algorítmico es independiente de la autoría, el contexto o la calidad: la banda sintética The Velvet Sundown alcanzó unos números estratosféricos y se viralizó poniendo sobre la mesa todos los dilemas alrededor de la música generativa. Se trata de una supuesta banda de Rock psicodélico que, sin rastro documental previo ni presencia en redes, había superado los 470.000 oyentes mensuales en dicho DSP.

Ni su biografía ni su música presentaban señales claras de creación humana. La letra de su tema más escuchado, 'Dust on the Wind', combina clichés bélicos y metáforas vagas ("Smoke in the sky, no peace found"), mientras su imagen promocional parece salida de un generador de imágenes IA: demasiado limpia, cromáticamente insulsa, sin textura, vacía.

Inicialmente, The Velvet Sundown negó categóricamente las acusaciones de ser un proyecto generativo, acusando a los periodistas y críticos de falta de rigor por no haberlos contactado o asistido a sus supuestos conciertos. Posteriormente, a través de un representante llamado Adam Frelon, la banda admitió ante la revista Rolling Stone que todo se trataba un engaño deliberado, otra campaña para evidenciar las grietas de la industria y la erosión del juicio de los que consumen.

Antes de la explosión de esta polémica, posiblemente la más relevante hasta el momento en el terreno IA-industria musical, Timbaland ya estaba creando sus artistas sintéticos, las grandes majors están avanzando en sus negociaciones con SUNO y Udio para dictar cómo se ejecuta esta nueva realidad y grandes ejecutivos como Paul Sinclair ya han dado el paso al otro bando.

¿Evolución o patología? The Velvet Sundown es tan sólo una anécdota más en el proceso de aceptación de una nueva tecnología o ¿hay algo más? Existen cientos de casos documentados de artistas fake y sintéticos, sabemos que esto beneficia a los servicios de streaming y las distribuidoras, pero ¿somos conscientes de todo lo que traerá consigo este SLOP musical?

¿Es música o es un "empastado"? (Si alguien tiene un término mejor, HMU)

Rick Beato plantea una hipótesis simple pero crucial: si una canción es verdaderamente humana, debe poder desmontarse.

El músico y youtuber, en uno de sus recientes vídeos, se propuso analizar la música de la banda The Velvet Sundown. Y lo hace partiendo del uso de Logic Pro y su sistema de separación de pistas por inteligencia artificial, una tecnología que ha demostrado alta eficacia tanto con canciones antiguas grabadas en cinta analógica como con producciones contemporáneas de estudio.

Beato compara tres ejemplos: Led Zeppelin, Sabrina Carpenter y después, la susodicha. Los dos primeros resisten bien la disección: las pistas vocales, las guitarras y los elementos de mezcla pueden aislarse con claridad. Incluso cuando hay artefactos, estos son menores y previsibles (producto del formato o del máster, no del origen).