En un texto del año 2022 que casi podríamos considerar fundacional, Yancey Strickler, apuntaba a la Royal Society, MSCHF, Dischord Records o Friends With Benefits como blueprints inspiracionales para la incipiente plataforma Metalabel. En la pieza, titulada apropiadamente How culture is made, el también fundador de Kickstarter o The Creative Independent, menciona (e idealiza) otros muchos casos de "proyectos creativos colectivos y/o comunitarios interdependientes".

La mencionada Metalabel, que se autodenomina "a release platform for creative work, built to help people release work and create value together", sigue la misma línea. El site se ha convertido en pocos años en la base de operaciones de muchos de los proyectos (Dark Forest Collective es quizá el más activo) y teorías de Stickler y sus contemporáneos.

La propia idea de "metalabel" también está inspirada otro en el concepto de antaño: scenius ("escenio", desarrollado por Brian Eno en los 70), y que en este caso se usa casi como una actualización. En corto: se invita a los usuarios a abrazar "lo mejor" de la tecnología WEB3, crear estructuras tipo DAO a.k.a. organizaciones autónomas descentralizadas, lanzar sus publicaciones y compartir el ownership y beneficios (sin que el uso de Blockchain sea obligatorio).

Lo que hace Strickler es usar genealogías del pasado para legitimar y justificar la necesidad de "nuevas instituciones culturales". ¿Por qué? Todos estamos viviendo, más de cerca o más lejos, las tensiones que están provocando la presencia de fondos buitre, hedge funds o empresas como KKR en la fisonomía de entidades como Sónar (y otros muchos festivales), las grandes discográficas, plataformas tecnológicas orientadas a la dimensión creativa o los servicios de streaming musical.

Esta realidad, tengo que decir, no es nada nuevo: las firmas de private equity llevan introduciéndose en nuestros tejidos culturales de una forma muy sofisticada desde hace décadas. (Para algunos, este es el principal síntoma de que la producción cultural de hoy no puede alcanzar el autogobierno ni autofinanciarse por sí sola). El cambio crucial está en que hoy importa mucho más saber o ser consciente de la dirección que toma nuestro apoyo, nuestro tiempo, nuestra atención y... nuestro dinero.

Interludio: ¿Quién (o qué) puede rechazar 200.000 dólares de un inversor?

"We just had our first real test of integrity as a company. It cost us $200,000." Así comenzaba la entrada en el blog de Subvert, otra compañía incipiente con su modelo en testing (de la que ya hablé como opción futurible en mi manual How 2 "DeSpotify Yourself") y claramente basada en las ideas que comparten con el mencionado Strickler. Literalmente, la plataforma cooperativa ("co-op" como término anglosajón) rechazó recientemente algo que cualquier entidad cultural del mundo conocido jamás despreciaría: un cheque de 200K.

¿Qué exigía esa inversión? Un asiento permanente en la junta. Con esa suma, Subvert podría haber asegurado un año más de financiación, pero habrían entregado la que parece la clave de su proyecto: la gobernanza democrática. Ellos mismos se apoyan abiertamente en el caso Bandcamp, plataforma a la que quieren "sustituir", como reflejo de lo que no puede ocurrir: "Bandcamp's corporate acquisitions threaten independent music. It's time for a new model - one we collectively own and control."

"Integrity is expensive. Selling out costs more" reza el mismo comunicado de la plataforma, escrito probablemente de puño y letra por su principal instigador: Austin Robey (quién, por otra parte, ha conseguido adjudicarse un sueldo de 140K al año 😂; según el foro interno de Subvert y aprobado por todo el board actual). En cualquier caso, si hacemos caso literal a esa máxima, podemos ver cómo aparece condensada la tensión central del asunto: lo que está en juego no es dinero, es control.

No es una coincidencia que Robey sea otro de los co-fundadores de Metalabel junto a Strickler. Aquí es donde esta voluntariamente desordenada introducción colisiona: tanto Stickler como Robey llevan casi una década intentando resolver la gran problemática de los proyectos creativos contemporáneos, que no es otra que evitar la subordinación a las big tech y construir plataformas cooperativas, propiedad misma de los proyectos creativos. Eso significa, obviamente, olvidar la idea de precariedad que ha instaurado la denominada "creators economy".

"Crying"