Hace poco pasé de puntillas por esta cuestión, la de la polémica listening party de Aitana para celebrar el lanzamiento de su nuevo disco: 'Cuarto Azul'. Lo hice como ejemplo actual en un marco en plena experimentación o transformación: el de los subproductos (derivados) basados en experiencias culturales y, obviamente, musicales. Lo hice de forma lateral y no frontal en mis reflexiones sobre la expansión a estos "servicios" de Airbnb.
Como ya comenté en esa pieza, lo que Aitana ha propuesto no es ni nuevo ni revolucionario, pero sí novedoso para el circuito mainstream de nuestro país. Y ese hecho genera una efectiva tensión para entender todas las implicaciones que se centralizan en algo así: no se trata, por mucho que algunos quieran creerlo así, de un regalo para los fans de la artista y tampoco un producto que está en su pleno derecho a comercializar.
Como siempre, hay que matizar. Aitana no es una artista que precisamente arrastre la precariedad estructural que acusan los artistas independientes (pequeños y medianos), y el hecho de que este evento se celebrara en el Movistar Arena de Madrid (un recinto de grandes proporciones), patrocinado por el Banco Santander (que además segmenta de forma sistemática la base de fans de la artista a través de uno de sus productos financieros !!!! 😡) y complementado con los irreversibles cameos de otras celebridades, la coloca al margen de cualquier consideración pragmática.
Es decir: ojalá este tipo de experiencias se extienden con medida para los artistas que de verdad lo necesitan, pero siendo Aitana la protagonista y la explotación afectiva a los fans con un precio de 16,50 euros... visibilizar las problemáticas se convierte en una obligación. Sin ir más lejos, existen ejemplos también actuales que transitan el otro extremo: Ergo Pro celebró una listening party hace muy poco en mitad de Aluche (Madrid) que llamó “Listening Parque”, reuniendo a todo aquel que tuviera interés en su nuevo y excelente trabajo ‘Dolor En Efectivo’. Obviamente no hubo ni cobro por parte del artista ni recompensa tangible para el fan: hubo congregación, auténtica comunidad alrededor de intangibles.

Del fan al cliente: la monetización de la intimidad emocional...
Este tipo de listening parties no son relevantes por la música, sino por el quién y el cuándo. Importado del marketing de lujo, transforma el acceso anticipado en objeto de deseo y en medalla de distinción, incluso cuando el contenido es irrelevante o aún no ha sido evaluado críticamente. Aitana no actúa, hospeda, y esa falsa intimidad es un recurso extractivo: usa el mismo lenguaje que las plataformas cuando prometen autenticidad: "escúchalo con ella", "a su lado", "lo cuenta todo del disco", "como se lo contaría a sus mejores amigas".
Son ejemplos perfectos para reflexionar sobre la figura del “superfán” como dispositivo de segmentación. Se clasifica al público en función de su capacidad de entrega económica: quién más invierte, más será premiado. Esto no genera comunidad sino jerarquías. Las emociones parecen compartirse pero en realidad están cuantificadas. Lo que se fomenta no es la relación con una obra, sino la lealtad hacia una marca personal, gestionada a través de eventos, drops exclusivos y acceso temprano a whatever. Se trata de fidelizar no a través de significado, sino a través de recompensa. La emoción se convierte en lo que llamamos un embudo de conversión. Un embudo de ventas de toda la vida...
Y algunos dirán: ¿no han sido los fans siempre clientes? En parte, sí. Los fans han sido siempre una forma de clientela. Compraban entradas, discos, camisetas. Pero lo que ha cambiado es la naturaleza de lo que se compra y la estructura del vínculo. Antes el objeto central de la transacción era una obra (un álbum, un concierto, un fanzine). Hoy, el producto principal es el acceso emocional al artista, empaquetado como experiencia exclusiva, fragmentada y escalable.