Leer con atención la noticia de que Apple Music y Universal Music Group han creado una alianza para lanzar al mercado lo que llaman Sound Therapy es una experiencia cercana al horror. ¿Por qué? Acompañadme:
Suena idílico, ¿verdad? Pues imaginad cómo se deben sentir los cientos de miles de artistas independientes y emergentes cuando les digan que ahora su público potencial se pasará largas jornadas de concentración, relajación o sueño ("Sound Therapy combinará ciencia cognitiva, ingeniería acústica y canciones de grandes artistas para ayudar a los oyentes a concentrarse, relajarse o dormir mejor") escuchando "formas adaptativas" de artistas que ya no conocen, precisamente, la precariedad...
Lo dicen bien claro: "herramienta funcional", pero escudándose en el discurso blando del "bienestar" y "la apuesta por la ciencia". Tiene lógica, obvio, si revisamos el portfolio de Apple: Apple Watch, HealthKit y Fitness+ ya la han posicionado en la industria de la salud, pero ahora quiere ser también uno relevante en la del bienestar sonoro. Supongo que aplicaciones bien encaminadas, como Endel (app que ofrece entornos sónicos generativos, reactivos a tus datos biométricos, creados por IA, certificados por estudios clínicos y diseñados para fundirse con tu comportamiento sin ser notados), han servido de trigger para que Apple decida apostar por este producto y no otros.
Pero vayamos a reflexionar sobre el producto en sí. Sound Therapy no representa una disrupción estética ni un avance tecnológico: es toda una cristalización ideológica. La música, en este marco, no se presenta como repertorio, sino como infraestructura reguladora. Un archivo emocional preconfigurado, legitimado por protocolos biométricos y al servicio de una escucha que ya no busca significado. Cada pista reconfigurada no pretende expresar nada, solo ajustar el umbral de excitación del oyente a los requerimientos de su momentum, estado de ánimo y/o rutina diaria.
No es un nuevo género ni una playlist más sofisticada. Aunque pueda parecerlo por momentos (sobre todo en el anuncio que hizo el mismo Zane Lowe) es una especie de modelo de prescripción afectiva en el que se activan frecuencias específicas (ondas gamma, ondas theta, ondas delta, ruido rosa) asociadas a funciones neurológicas como la concentración, la relajación o el sueño profundo. Lo interesante no es tanto la tecnología, sino la intención: despojar a la música de sus ambigüedades, eliminar la contingencia estética, aislar lo útil y volverlo fórmula replicable. Lo que antes era una canción, ahora es un vehículo funcional optimizado para un objetivo psicofisiológico. Un suplemento sin efectos secundarios. La experiencia soñada por este tipo de plataformas: sin NINGUNA fricción.
Plataformas como Spotify llevan años ensayando esta lógica mediante playlists generativas, mood music contemporánea, algoritmos que priorizan la neutralidad emocional, e incluso tracks generados in-house bajo identidades ficticias, pensados para evitar pagos de regalías y ocupar el mayor número de slots auditivos posibles. El objetivo nunca ha sido empujar una escena o construir un relato cultural. El objetivo es garantizar la retención continua del usuario; ocupar su oído las máximas horas posibles.
