Hace unas semanas ya profundicé "todo lo posible" (en estos momentos) en los baby steps de la industria musical intentando contener el mayor iceberg de los últimos años: cómo piensan (plataformas y majors) compensar a todos los artistas cuyas obras han sido usadas indiscriminadamente (y sin su permiso) para entrenar modelos de IA generativa y cuál será el modelo de retribución y regalías que acabará consolidándose.
A falta de muchos detalles, todo parece indicar que los acuerdos de Warner Music Group con Suno y de Universal Music Group con Udio cristalizarán en "plataformas para la co-creación y empoderamiento de los fans", donde cualquiera podrá crear remezclas, mash ups o nuevas canciones con la voz, estilo y rasgos de sus artistas favoritos. Todavía se desconoce si habrá una única plataforma, si cada major competirá con las otras (dos) o si Spotify irrumpirá con algo similar para acabar de configurar una nueva "guerra fría".
A mí, personalmente, no me importa. Lo que sí me tiene tenso son las preguntas que interpelan directamente a los artistas: ¿quién posee una voz cuando puede ser reproducida sin grabarla? ¿Quién posee un estilo cuando un modelo puede replicarlo en dos clics? ¿Debe un artista cobrar cuando su catálogo entrena a un sistema que genera melodías "nuevas"? En la misma pieza a la que me refiero al comienzo del artículo, ya analicé la única "solución" a estas (y otras preguntas) que, por ahora, está sobre la mesa: la "auditoría estadística".
Ya que los modelos de IA generativa y los datasets que se manejan no son ni auditables ni trazables, la industria tendrá que inventarse una "presencia estimada" de la influencia o contenido de los artistas que se usen para generar los outputs. Suena a parche, a chapuza, y lo es. Además, imaginad la de trampas que podrán generarse a partir de este "modelo" tan propenso a las ambigüedades: artistas reclamando presencia donde no la hay, modelos atribuyendo influencias imposibles, sellos negociando porcentajes que no pueden demostrarse.
Gasolina para la confusión: ¿qué pasará si un artista se altera su propia voz y (sin intención) acaba generando un parecido convincente con una cantante real? El reciente caso que implicó al productor HAVEN., Jorja Smith y el sello independiente FAMM es el mejor ejemplo para entender lo que puede llegar a pasar, y con más frecuencia de la que imaginamos.

El paradigmático caso de 'I RUN'.
'I RUN' era (y es) una canción de HAVEN. (productor británico de música electrónica), que en pocas semanas pasó de ser un track más en plataformas a convertirse en uno de los virales de esta recta final de 2025. Entró fuerte en playlists Dance de alcance mainstream, reventó TikTok y estaba a punto de debutar en el Hot 100 de Billboard cuando desapareció de un plumazo de casi todos los DSPs.