Con los años, cada vez conservo menos afecto por los mitos. Me han acompañado durante toda mi vida y con la madurez empiezo a, como dirían en algún libro de autoayuda, a "dejarlos ir". Nunca fueron nada mío, en posesión, pero sí dejaron y dejan su marca en mi "supuesto espíritu", si es que este existe de alguna manera.
La repentina marcha de D'Angelo, nombre real Michael Eugene Archer, a los 51 años y tras una "silenciosa batalla con el cáncer", ha reactivado ese tipo de preguntas en mi interior. ¿Hay una comunicación intangible entre el espíritu del artista y del receptor de la obra? ¿Hasta dónde sus canciones eran suyas y hasta dónde eran mías? Los momentos vividos regresan de entre los espectros y la atmósfera vuelve a encenderse.
Sabéis, podría pasarme horas y días hablando de D'Angelo. De anécdotas de su música y grabaciones que probablemente dulcifiqué en su momento y otras que posiblemente entendí a mi manera. Datos, especulaciones y teorías sobre su obra, sus decisiones y composiciones. Lo conocía bien, sin conocerlo. Era como parte de mi hogar; o al menos eso ocurre cuando alguna de las piezas de 'Voodoo' suena a mi alrededor.
En esos instantes, estoy en casa. Mi imagen de D'Angelo reaparece, como en algún tipo de ritual. Lo primero que hice tras enterarme de la noticia fue, obviamente, hacer algún puchero. Luego, quise comprobar si podría volver a escuchar su música o me iba a quedar algún tipo de trauma de por vida. Pasada esa prueba, noté que todo permanecía intacto. Los muebles estaban en el mismo sitio y la temperatura no se había movida ni un grado.
¿Por qué? Creo que tiene que ver con mi propia sugestión pero también con lo que D'Angelo ha dejado en este mundo. 'Voodoo', posiblemente el mejor disco grabado en este siglo, funcionó precisamente como un ritual (personal y colectivo): una invocación espiritual de la música, los ancestros y la simultánea materialización de un producto que iba a permanecer vivo en una extraña dimensión paralela. Fue concebido como una "puerta de entrada" y siempre que la atravesemos, todo seguirá exactamente igual a como lo dejaron.
En este, primero de 3 artículos homenajeando la figura del músico, hago un repaso por los conceptos, ejes filosóficos y creativos que caracterizaron su etapa más memorable y contradictoria. Aquí puedes leer una pieza más alegórica, en la que lo comparo con Miguel Ángel; y aquí conocer los 7 abalorios sonoros relacionados con D que siempre llevaré conmigo.

"El estudio era su Iglesia"
"Los músicos tocaban distinto cuando oían su sonido" relataba en una entrevista el ingeniero detrás de las principales grabaciones de D'Angelo, Russell Elevado. Ninguna cita define mejor el "método" de D: construía las condiciones para que la emoción ocurriera. Electric Lady Studios (fundados en 1970 por Jimi Hendrix y levantados en Greenwich Village, Nueva York) se convirtió en el centro de gravedad de su vida creativa. "Envision this: a lone man in a haunted room surrounded by glowing instruments. What sounds are evoked from a room where Jimi once slept?" vierte Saul Williams en las liner notes de 'Voodoo'.
Esa intensidad convertía el estudio en un culto compartido; las sesiones del álbum (de 1996 a 1999) duraban semanas, no había horarios, ni técnicos externos. El estudio permanecía encendido 24 horas, con las luces atenuadas y los micrófonos siempre activos, como si la grabación no fuera un momento puntual, sino un estado perpetuo de observación. Cada músico debía esperar el momento en que la canción "se manifestara", sin provocarla. Esa espera, que podía alargarse durante largas jornadas, era la verdadera práctica religiosa del grupo. Las tomas se repetían hasta que la respiración del grupo sintonizaba; como en el Góspel, el milagro solo llega cuando todos los cuerpos están alineados.
Es ampliamente conocido que 'Voodoo' fue grabado "100 % en cinta analógica" porque D'Angelo quería "sentir el sonido moviéndose en el aire, no en un monitor". Esa decisión, anacrónica incluso en 1999, tenía fuertes implicaciones éticas. Las sesiones eran procesos de calibración sensorial más que de interpretación: semanas enteras buscando el retraso exacto entre la caja y el bassline, la respiración natural de la sala, la resonancia mínima del Fender Rhodes. Esa "lentitud" se volvió la materia espiritual del disco: Ahmir 'Questlove' Thompson solía decir que "no buscaban canciones, sino capturar un feeling, un vibe".