Artículo originalmente publicado en ICON (El Pais), en su edición impresa, el pasado 4 de octubre. En digital puede encontrarse desde el 26 de octubre con el título de De las ‘veladas’ de Ibai a Trump: ¿por qué todo se ha convertido en un combate a puñetazos?
De repente, todo parece organizarse alrededor de conflictos. A los "versus" ("VS"), usando el argot deportivo. Cuando digo todo, aunque pueda parecer exagerado, me refiero a cultura, política o incluso nuestra vida digital. Da igual donde pongas el ojo, que ahí te esperará otro evento bajo la lógica del enfrentamiento: RoRo VS Abby, Bb trickz VS Métrika, Trump VS Zelenski, OVI VS Bryant Myers, Drake VS Kendrick, Soy una pringada VS JPelirrojo, Miguel Adrover VS Rosalía, tu mismo VS el que te ha llamado privilegiado en un hilo de comentarios en Instagram... En muchos de estos feudos no hay ni sangre ni contacto físico implícito, a veces ni siquiera son activados por los mismos protagonistas. ¿El resultado? Tampoco importa demasiado.
Vaya por delante que la violencia ritualizada como espectáculo no es en absoluto nada nuevo: desde los gladiadores en el Coliseo hasta las justas medievales, las primeras veladas de lucha libre o boxeo profesional, la humanidad siempre ha necesitado presenciar contiendas encarnadas para condensar tensiones sociales en escenarios controlados. La brutalidad ha ido descendiendo y hasta la propia técnica deportiva ha sido progresivamente desplazada por el puro espectáculo. Como si nos hubiéramos quedado atrapados en una de las famosas previas en las que Muhammad Ali subía la temperatura y lanzaba provocaciones teatralizadas a los que iban a ser sus contrincantes.
El primer gran combate de "influencer boxing", protagonizado en 2018 por el norteamericano Logan Paul y el británico KSI (JJ Olatunji), fue también el primer beef de youtubers transformado en un evento monocultural. "Cuando hablo de eventos monoculturales, me refiero a experiencias culturales unificadoras compartidas por un gran grupo de personas, todas al mismo tiempo", comenta el divulgador Nick Susi en su ensayo if you want to create a monocultural event, start a war. Según el norteamericano, debido a nuestro ecosistema digital fragmentado y la pérdida de atención y consenso, lo único que consigue reunirnos colectivamente son justamente los combates, los conflictos. Las guerras.
Lo que importó en el enfrentamiento entre KSI y Logan Paul (que generó unos 170 millones de libras y millones de visualizaciones en todo el mundo) fue en realidad el relato que envolvía toda la confrontación, el calor que generó a su alrededor. Lo que se vendía era pura expectación. Un meme global en directo donde el desenlace era irrelevante. "No hay ningún interés atlético real, ningún cinturón de campeón que levantar. El significado de la lucha se deriva casi exclusivamente de su trama”, apuntaba Brady Brickner-Wood en Why People Love to Watch Influencers Get Punched In the Face, para el New York Times.

En España, la traducción más rotunda de este modelo es La Velada organizada por Ibai Llanos, que este verano reunió a 80.000 asistentes en Sevilla y alcanzó 9 millones de espectadores online. La infraestructura parecía la de un Mundial: 36 cámaras, mil trabajadores, tráilers de producción, un despliegue que mezclaba boxeo amateur con actuaciones de Aitana, Myke Towers o Los del Río. Pero lo que de verdad sostenía el interés no era lo pugilístico, sino la forma en que los combates se presentaban como historias de antagonistas.