Ya lo advertí aquí, en esta pieza del pasado mes de junio: "primero criminalizar, luego negociar y luego explotar".
Desde más o menos 2021, la irrupción de la inteligencia artificial en la industria musical se presentó como un caos imposible de contener: clones vocales virales, canciones falsas, todo tipo de fan-fictions, plataformas inundadas por contenido fake y demandas cruzadas entre majors y startups.
A día de hoy, se puede asegurar que ese "caos" está en un avanzado proceso de "domesticación". Lo que algunos vemos como un colapso en lo que entendíamos por artistazgo/autoría, se está convirtiendo sigilosamente en un nuevo orden regulado por las propias grandes discográficas. Universal Music Group, el sello más poderoso del mundo, ha (con)firmado acuerdos con Udio y Stability AI, transformando los litigios por infracción de copyright en licencias de uso.
En paralelo, Warner Music Group ha anunciado que también llegaba a un acuerdo con Udio; Sony Music, por su parte, mantiene la demanda abierta. Pero su papel no es estrictamente el de la disidencia. Es más bien complementario: mientras UMG marca el terreno, las otras majors esperan su turno. El resultado es un ecosistema donde los tres gigantes de la música global configuran una arquitectura de poder que decide quién puede usar la IA, cómo y bajo qué condiciones contractuales.
Sólo como recordatorio: la industria musical lleva décadas perfeccionando su capacidad para absorber cualquier disrupción tecnológica. Lo hizo con Napster, con YouTube, con el streaming y ahora con la IA generativa. El patrón se repite: primero la resistencia moral, luego las demandas, después el acuerdo y finalmente la instrumentación. Lo que cambia ahora es la escala. mientras el mp3 transformó la distribución, la IA afecta al núcleo mismo de la creatividad.